Avelino era el hombre más vago del mundo. Cierto día lo visitó su amigo Carlos, y Avelino le dijo:
-Siento mucho frío en los pies, pero me da pereza subir a mi habitación a buscar mis zapatillas. ¿Podrías traérmelas tú?
Fue a buscarlas el amigo, y en la segunda planta pasó por delante de la habitación de las dos hermanas de Avelino, solteras algo maduras ya las dos, pero muy guapas. Tenían la puerta de su cuarto abierta y estaban ligeras de ropa. Carlos les dijo:
-Su hermano está sufriendo porque a ustedes se les está yendo la juventud sin haber escuchado un "te quiero". Me pidió que subiera y les hiciera el amor.
-¡No es posible! -se asombraron ellas-.
-Claro que sí -respondió Carlos-. Esperen.
Se asomó por la barandilla de la escalera y le preguntó en voz alta a Avelino:
-¿Las dos?
Avelino, que esperaba con ansiedad sus zapatillas, le respondió, impaciente:
-¡Claro que las dos, idiota!
-¿Lo ven? -les dijo, triunfalmente, el amigo a las hermanas-.
-Siento mucho frío en los pies, pero me da pereza subir a mi habitación a buscar mis zapatillas. ¿Podrías traérmelas tú?
Fue a buscarlas el amigo, y en la segunda planta pasó por delante de la habitación de las dos hermanas de Avelino, solteras algo maduras ya las dos, pero muy guapas. Tenían la puerta de su cuarto abierta y estaban ligeras de ropa. Carlos les dijo:
-Su hermano está sufriendo porque a ustedes se les está yendo la juventud sin haber escuchado un "te quiero". Me pidió que subiera y les hiciera el amor.
-¡No es posible! -se asombraron ellas-.
-Claro que sí -respondió Carlos-. Esperen.
Se asomó por la barandilla de la escalera y le preguntó en voz alta a Avelino:
-¿Las dos?
Avelino, que esperaba con ansiedad sus zapatillas, le respondió, impaciente:
-¡Claro que las dos, idiota!
-¿Lo ven? -les dijo, triunfalmente, el amigo a las hermanas-.